En septiembre de 1812, y tras vencer a los ejércitos zaristas,
Bonaparte entró a Moscú por la gran puerta doble, encontrándose con una
ciudad completamente vacía. Se instaló dentro del recinto amurallado del
Kremlin.
Al día siguiente, fuegos dispersos por toda la ciudad
confirmaron a los franceses que los rusos preferían incendiar la ciudad
antes que entregársela. Napoleón pasó la noche en vela contemplando el
cielo moscovita teñido de rojo, y fue cuando amanecía que ocurrió
algo escalofriante.
Estaba Bonaparte en su despacho, cuando una
ráfaga helada abrió las puertas que daban hacia un amplio corredor.
Alzando la vista observó a una figura con una capa roja que avanzaba por
aquel pasaje. El Emperador se incorporó lentamente, mientras sus
edecanes se adelantaban esgrimiendo sus armas, pero Bonaparte los detuvo
con un gesto. Era como si supiera quien era aquel extraño personaje.
Posteriormente,
al comentar el misterioso episodio, lo que más llamó la atención de
todos fue la aparente indiferencia de Bonaparte. A los pocos días se vio
obligado a abandonar Moscú, su más grande revés estratégico hasta
entonces.
Este personaje de rojo no era la primera vez que se le
aparecía a Bonaparte, en realidad lo hacía justo antes de un evento
negativo.
Así, este fenómeno había ocurrido a fines de junio de
1798, un mes antes de la humillante derrota de su poderío naval frente
al Almirante Nelson. El segundo encuentro fue en Moscú y el tercero
ocurrió en junio de 1814, un año después las fuerzas napolionicas caían
derrotadas en Waterloo.
La cuarta y última visita del fantasma de
rojo fue el 5 de mayo de 1821. En esa oportunidad el doctor Marqui,
médico de cabecera de Bonaparte, aseguró haber visto fugazmente a un
extraño de capa roja inclinado sobre el lecho de Napoleón, quien poco
después expiró.
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