Devorados por los tiburones
En
1945 un buque de guerra estadounidense, el USS Indianapolis fue
torpedeado por un submarino japonés. Más de 800 marinos consiguieron
lanzarse al agua y salvarse en un primer momento. Durante varios días
tuvieron que sobrevivir en medio del océano sin víveres ni agua potable
mientras eran atacados constantemente por tiburones que se estaban dando
un festín con los pobres náufragos. Cerca de 400 murieron devorados por
los escualos en una de las mayores masacres causadas por animales en la
historia. Su última misión había sido transportar el material
nuclear con el que se armarían después las bombas atómicas de Hiroshima y
Nagasaki.
El relato de un testigo
Loel Dean Cox, un marinero de 19 años de edad, estaba de turno en el
puente de mando. A sus 87 años, en conversación con la BBC,
recuerdó el momento.
"¡Buuum! Salí volando por los aires. Había agua, escombros, fuego, todo
subía y estabamos a 25 metros sobre el agua. Fue una explosión tremenda.
Y luego, cuando me pude arrodillar, otro estallido. ¡Buuum!".
Llegó la orden de abandonar el buque. Cox trepó hasta el lado más alto y
trató de saltar al agua. Se golpeó contra el casco y rebotó antes de
caer en el océano.
"Miré para atrás. El barco estaba hundiéndose en picada. Había hombres
brincando desde la popa mientras las hélices seguían rotando".
"Nunca vi una lancha salvavidas. Finalmente escuché unos gemidos y
gritos, nadé en esa dirección y me uní a un grupo de 30 hombres, con los
que me quedé. Pensamos que era cuestión de esperar un par de días mientras nos recogían".
Pero nadie estaba en camino a rescatarlos.
Atraídos por la matanza del naufragio, cientos de tiburones venían en dirección a los sobrevivientes desde los alrededores.
"Nos hundimos a la medianoche y vi uno por la mañana cuando salió el
sol. Eran grandes. Le juro que algunos tenían 4,5 metros de largo",
aseguró Cox.
"Estaban continuamente ahí, la mayor parte del tiempo
comiéndose los cuerpos de los muertos. Gracias a Dios había mucha gente
muerta flotando en el área".
Pero pronto empezaron a atacar a los vivos.
"Perdíamos tres o cuatro compañeros cada noche y día. Uno sentía miedo constantemente pues los veía todo el tiempo. A
cada rato uno veía sus aletas... una docena, dos decenas en el agua.
Venían y se tropezaban con uno. A mí me golpearon varias veces: uno nunca sabía cuando iban a atacar.
En esa agua clara, uno podía ver a los tiburones merodeando. Y
de tanto en tanto, como un rayo, uno nadaba derecho para arriba, cogía a
un marinero y se lo llevaba. Uno vino y se llevó al marinero que estaba
a mi lado.
A duras penas podía uno mantener la cara afuera del agua. El salvavidas
tenía ampollas en mis hombros, ampollas encima de mis ampollas. Hacía
tanto calor que rezábamos para que oscureciera, y cuando oscurecía,
rezábamos por que amaneciera pues hacía tanto frío que nuestros dientes
castañeteaban.
El agua dulce se guardaba en la segunda cubierta de nuestro barco. Un amigo alucinaba que podía ir al barco y tomar
algo de agua. De repente, su salvavidas estaba flotando sin él. Y luego
él emergió y nos contó cuán buena y fría estaba el agua, que debíamos ir
a tomarla".
Estaba tomando agua salada, por supuesto. Murió poco después.
De repente, por casualidad, en el cuarto día, una aeronave de la marina
pasó y vio a algunos marineros en el agua. Para entonces eran menos de
10 en el grupo de Cox.
"Uno de los hombres nos saludaba desde el avión. Fue entonces que se nos
salieron las lágrimas, se nos erizó la piel y supimos que estábamos
salvados, que nos habían encontrado, al menos. Fue el momento más feliz
de mi vida.
Oscureció y una fuerte luz bajó del cielo, desde una nube: pensé que
los ángeles estaban viniendo. Pero era el buque de rescate que dirigió
su reflector hacia arriba para darle esperanza a los marineros y
avisarles que los estaban buscando".
"En algún momento de la
noche, me acuerdo de que unos brazos fuertes me subieron a un bote.
Saber que te salvaste es la mejor sensación que se puede tener",
aseguró Cox.